06

Nov

2023

ARTÍCULO DE OPINIÓN

El camino hacia un museo afectivo

Los museos debieran empezarse a pensar como lugares más holísticos, articuladores, donde las posibilidades de trabajo conjunto debieran ser connaturales y no excepcionales.

Por Cristina Vargas. 06 noviembre, 2023.

Parece ya un disco rayado el recordar que, la nueva centralidad en los museos está en los públicos. Lo paradójico es que no es algo ajeno a las reflexiones museales desde hace varias décadas: ya la Nueva Museología, desde los albores de los 70, hablaba de un museo como un territorio, con colecciones constituidas por el patrimonio de una comunidad activa en su valoración, preservación y comunicación. Asimismo, la Mesa de Santiago (1972) abogaba por un “Museo integral”, que no era un mero contenedor de las glorias del pasado, sino un articulador histórico, activo, político, participante en “los cambios estructurales imperantes y provocando otros dentro de la realidad nacional respectiva”, por tanto, un organismo al servicio de la sociedad.

Luego, la Museología social puso mayor énfasis en la institución museal abierta y entendida en sus comunidades, para y con ellas, con especial preocupación por los derechos fundamentales y la atención al medioambiente. En todas estas miradas, el museo ya no era entendido como una isla del conocimiento, autónomo y ensimismado, sino como una institución que debía construir y reflexionar en interdisciplinariedad y en comunidad.

Quizás, la afirmación más contundente de esta renovada y reforzada atención al elemento humano es: “la museología que no sirve para la vida, no sirve para nada”, enarbolada por Mario de Souza Chagas y esgrimida en la Declaración de Córdoba, producida en el seno de la XVIII Conferencia internacional del Movimiento Internacional para una Nueva Museología (Minom), en 2017.

Todas estas miradas han ido llevando a postulados novedosos como el de la Museología afectiva o, incluso, a ideas como la de la ecuatoriana María Gabriela Mena, de la “Museología del alma”. En suma, este camino nos hace preguntarnos hacia dónde apunta la brújula en los museos. Podría resumirse en ‘a ser sincera y efectivamente significativos’.

Una mirada museológica tradicional, decimonónica, pasadista, donde solo el objeto museal sea el centro -sin desdeñar el valor del patrimonio-, la razón de ser, anclada en una museología rancia y excluyente, ya no es posible.

Ahora, pensamos, además, que es connatural a la institución museal centrarnos en los individuos, en las comunidades, en sus preocupaciones y realidades, sin que necesariamente signifique que el museo será el “solucionador” de los problemas circundantes, como explicaba magistralmente Alan Trampe en el XIII Encuentro CECA LAC, realizado hace pocos días en el Museo de Pachácamac (Lima), pero pudiendo ser, sí, un solvente apoyo o pistón para buscar soluciones conjuntas. Esto porque, en un sentido último, un museo es un repositorio de las memorias seleccionadas a lo largo del tiempo, materializadas (las más de las veces) en los objetos museales, en “las cosas verdaderas”, como las denomina F. Mairesse, producidas por el ser humano, que nos invita a la reflexión y la creación. Esos objetos están colmados de significados, atribuidos en su momento de producción y a lo largo del tiempo, de manera que el museo es el reflejo de la esencia humana, en todas sus dimensiones, y, por lo tanto, su razón de ser, es el ser humano. No en vano dice Gregórova en su definición de “Museología” que esta “es una ciencia que estudia la relación entre el hombre y la realidad” (1980).

En esa medida, el museo es un reflejo de la humanidad y esta no siempre tiene que ser grandilocuente, única, excepcional… solo debe ser humana. Un museo es un lugar que debe dar cabida a los diversos tipos de patrimonio como el nacional, el local y -no menos importante- el personal. Entonces, quizás un punto de partida es preguntarnos ¿qué discursos permitimos en nuestros museos?, ¿a quiénes les damos cabida?, ¿qué historias pueden ser contadas en estos espacios que hay que desacralizar? ¿cómo podemos convertirlos en espacios para la sanación y el bienestar? En suma, ¿qué podemos hacer para que nuestras instituciones sean espacios que ayuden a transformar las comunidades, con empatía, de forma afectiva?

Los museos debieran empezarse a pensar como lugares más holísticos, articuladores, donde las posibilidades de trabajo conjunto -por ejemplo, con temas como la salud o el medio ambiente, por citar dos de gran prioridad-, debieran ser connaturales y no excepcionales.

Aunque es un trabajo conjunto de toda la institución, como ya hemos advertido, el papel de las áreas de públicos, educativas o de mediación cultural, puede coadyuvar en esa transformación estructural. Y, para ello, es importante apelar al poder de la afectividad para actuar, para impactar de verdad, para no ser un edificio con colecciones, sino una institución movida por un afán transformador. Para ser un corazón palpitante en cada comunidad.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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